sábado, 10 de noviembre de 2012

Materiales para la monografía

Aquí les dejamos una lista de materiales que pueden utilizar para el trabajo monográfico.  El 1) y el 2) están abajo, el resto lo pueden linkear.


1) Ficha de cátedra "Proyecciones de los clásicos: las reescrituras críticas" Liliana López

  2)  Artículo  "La reescritura teatral de Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano ¿imitación o simulacro?. Liliana López

3)  Revista Drama teatro n°6. Link http://www.aat.es/pdfs/drama6.pdf

4)  "La adaptación cinematográfica a la luz de algunas aportaciones teóricas recientes" José Antonio Pérez Bowie. Link:  la-adaptacin-cinematogrfica-a-la-luz-de-algunas-aportaciones-tericas-recientes-0

5) Dossier sobre reescrituras en revista digital www.territorioteatral.org.ar, N° 7 (AAVV)

6)  “Procedimientos de la performance en las reescrituras de clásicos”. Liliana López. Presentado en las Ias Jornadas de Estudios de Performance, Facultad de Filosofía y Artes, Universidad Nacional de Córdoba, 3 y 4 de mayo de 2012. Link: 

7) Textos varios del blog Taller de lecturas críticas: http://tallerdelecturascriticas.blogspot.com.ar/
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  1)                                      ------------------------------------------------------
FICHA DE CÁTEDRA N° 27


PROYECCIONES DE LOS CLÁSICOS: LAS REESCRITURAS CRÍTICAS”

por Liliana B. López

reescribir1. ‘Volver a escribir’. Tanto en el verbo como en el sustantivo correspondiente, reescritura, son admisibles las grafías reducidas rescribir y rescritura. Se recomiendan, sin embargo, las grafías con -ee-, que son las preferidas en el uso.2. Solo es irregular en el participio, que tiene dos formas: re(e)scrito y re(e)scripto. La forma usada en la mayor parte del mundo hispánico es re(e)scrito; pero en algunas zonas de América, especialmente en la Argentina y el Uruguay, sigue en uso la grafía etimológica re(e)scripto (→ p5). La grafía rescripto es general como sustantivo (→ rescripto).
(Diccionario de la Real Academia Española)

Curiosidades de la normativa de la lengua española: el DRA no reconoce el término “reescritura”, pero hace tiempo que su uso se ha extendido en el campo de los estudios literarios, en el ámbito académico y fuera de él. Como en otros tantos casos, la normativa se mantiene, indiferente al habla, a la puesta en funcionamiento del lenguaje, donde evidentemente resulta eficiente para el intercambio, no solo en el ámbito latinoamericano1.
La operación de la reescritura no es nueva, especialmente en el teatro: desde las reelaboraciones de los mitos por parte de los trágicos griegos, siguiendo con la “contaminatio” de la comedia en Roma (la fusión de dos o tres comedias nuevas griegas en una latina), el teatro del Renacimiento, y así sucesivamente), la historia teatral podría interpretarse como una reescritura incesante. Desde el siglo XX, la institucionalización de los derechos de autor introdujo un punto de vista diferente sobre la cuestión -en términos de la legalidad y del mercado- más técnico, si se quiere, pero no es éste el aspecto que nos interesa.
A los ya conocidos términos “versión”, “adaptación”, entre otros, el de reescritura presenta un matiz ligado a la práctica artística y a la experimentación sobre o a partir de la tradición cultural. Jorge Luis Borges trató este tema con ironía magistral en su cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, donde deslinda la posibilidad de las “actualizaciones” epidérmicas, y plantea, en cambio, la posibilidad del palimpsesto2. La cuestión del contexto de la producción de la escritura resulta la clave para entender el acertijo del cuento.

De manera sintética, cualquier relación intertextual plantea diversos grados de relación con el texto “original”, desde una identidad total (copia) a una menos evidente (reescritura).

La traducción también es una forma de reescritura, en la cual encontramos una relativa identidad (por ejemplo, de la extensión), pero la diferencia entre los idiomas y las selecciones del traductor pueden generar una mayor transformación, hasta crear una obra totalmente nueva.
Algunas de las formas que puede asumir la reescritura:
Autores reescriben sus propios textos dramáticos, como es el caso del dramaturgo argentino Ricardo Monti, en sus distintas versiones de Historia tendenciosa, La cortina de abalorios, o Finlandia, reescritura de Una pasión sudamericana. Un trabajo comparativo entre estas textualidades nos puede permitir establecer, una vez registrados los cambios, una hipótesis sobre el sentido de los mismos3.
En el teatro, la operación de poner en escena un clásico, siempre supone una operación de reescritura (y esto sucede también cuando la puesta se basa en un texto dramático previo). El director, los actores, el escenógrafo, los iluminadores, los vestuaristas, los maquilladores, etc, deberán, forzosamente, llenar los espacios en blanco del texto dramático e interpretar sus indicaciones escénicas. Optar, seleccionar o completar las indeterminaciones textuales tanto como lo explícito, es el trabajo de la realización escénica o espectacular. El pasaje de un código (escrito) a múltiples códigos de la escena, con sus convenciones propias, ya es una operación de reescritura. Aún en los casos en que el texto dramático fuera materializado de manera “idéntica” en la escena, el director puede alterar significativamente, creando una propuesta totalmente novedosa. Por ejemplo, en la puesta en escena de El padre, de Strindberg, Alberto Ure reemplazó por actrices los roles masculinos del texto dramático, resignificándolo por completo.
El cambio del ritmo en las actuaciones (aceleración o ralentamiento) que realizó Meyerhold en su puesta en escena de El inspector, de Gogol, o la sustitución de los actores por maniquíes en la escena final, motivó que la crítica lo acusara de “traicionar” al autor, uno de los clásicos rusos4.
Respecto de las actualizaciones (el cambio de los índices de tiempo y espacio), es preciso observar si son relevantes o superficiales.
Pero aunque la puesta en escena intentara reproducir “exactamente” (como si tal cosa fuera posible) alguna puesta en escena del pasado (por ejemplo, la Comedia Francesa), el cambio de contexto de producción -la monarquía absoluta- altera el diálogo del espectáculo con el público contemporáneo.
La puesta en escena puede suprimir, condensar, expandir (aunque no sea frecuente en el caso de los clásicos) escenas, actos completos, personajes, los acontecimientos de la fábula, las acciones paralelas. Puede centralizar la acción en un único espacio, u operar de manera metonímica, en fin, puede reescribir escénicamente tanto lo dicho como lo no-dicho del texto dramático.
Otra posibilidad es la del autor dramático que reescribe el texto de otro, generalmente a partir de una admiración generada por la lectura, que culmina en la apropiación textual, a partir de su propia singularidad de lector/escritor (o reescritor). Puede incluir todas las operaciones antes señaladas.
Por último, la transposición fílmica: por tratarse de un cambio de soporte, que posee un leguaje propio, su análisis exige el conocimiento de ambos códigos (el teatral y el cinematográfico). Un caso muy interesante es el de Marat-Sade, de Peter Weiss, dirigido y filmado por Peter Brook, ya que es una de las pocas filmaciones en las que el lenguaje teatral resiste la lente de la cámara.


En cualquier caso, se trata de dar cuenta de las operaciones en las que consiste la reescritura, por un lado, para luego poder postular alguna hipótesis de sentido. Es decir, consignar la diferencia significante.

 Notas

1Por ejemplo, véase el ejemplar digital de la revista española Drama, íntegramente dedicado a la reescritura teatral de los clásicos. Link: http://www.aat.es/pdfs/drama6.pdf
2Para el desarrollo de este punto, remito a mi trabajo “Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano: copia, imitación o simulacro”.
3 Liliana López: “Ricardo Monti: la re(escritura) incesante”, en revista Los Rabdomantes, Nº 3, Buenos Aires, (USAL, Universidad del Salvador) Año 2003 (pp 77-85) ISSN 1666-0854

4 Liliana López: “Meyerhold: el precio de la ruptura”, en AAVV (Investigadores del Instituto de Artes del Espectáculo, FFyL, UBA), en Presencia de Vsevolod Meyerhold Cuadernos del Instituto Nacional del Teatro. Buenos Aires, 2009 (pp. 17-22)



2)
 En: Lecturas comparadas: espacios textuales y perspectivas utópicas. Selección de estudios críticos presentados en las Séptimas Jornadas Nacionales de Literatura Comparada. Rolando Costa Picazo, editor. Bs.As.: editorial BMpress, 2007, pp. 319-324.ISBN 978-987-21426-8-1




La reescritura teatral de Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano ¿imitación o simulacro?

Liliana B. López (IUNA-UBA)

El arte no imita, pero ante todo porque repite, y repite todas las repeticiones, valiéndose de una potencia interior (la imitación es una copia, pero el arte es simulacro; convierte las copias en simulacros) (Gilles Deleuze, Diferencia y repetición. 2002, 431)

ESPECTRO
LISTEN TO ME.
HAMLET
Bilingüe como la sanguijuela. Me ordena escuchar.
ESPECTRO
I AM THY FATHER SPIRIT.
A bubbling. A fingernail. A king?
(Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano)

I

El teatro ofrece diversas posibilidades de mediación en el recorrido que va desde un texto dramático hasta la representación, que difieren en su función. En el caso de que el texto “original” se encuentre en un idioma diferente al del lugar donde se lo represente, aparece una primera intervención, que es la del traductor: el resultado obtenido siempre será, a su vez, otro texto. Pero además, para el pasaje a la escena suelen intervenir otras figuras menos definidas en cuanto a su alcance o participación en este trabajo, que son los adaptadores –que pueden firmar o no- una versión o adaptación del texto original. Desde el siglo pasado, en Alemania ha surgido la figura del dramaturgista, cuya función resulta intermediaria entre el texto dramático y los que intervienen en la puesta en escena, especialmente frente al director, a su vez, autor de la puesta en escena. Este rol, también emergente de la modernidad, antes de configurarse como tal, fue desempeñado por los productores, los administradores, o los actores que encabezaban las compañías.
Michel Foucault (1985) ha trazado el recorrido de la noción de “autor” en tanto función desde la Antigüedad hasta nuestros días, observando la variabilidad histórica de la atribución, la firma y el concepto de originalidad. A partir de sus reflexiones, hemos decidido examinar algunos de los derroteros que ha experimentado uno de los textos canónicos del corpus shakesperiano, con el fin de intentar responder a los interrogantes que han surgido a partir de una operación de reescritura de la misma: se trata de Hamlet de William Shakespeare, de Luis Cano (2004)1.
El paso previo consistirá en repasar algunos de los avatares de la textualidad “original”, por los remotos antecedentes textuales de la fábula (la Historia Danica, de Saxo Grammaticus, el Ur-Hamlet, o las diferentes ediciones). Si acordamos que la mejor edición es de 1603, -que pocas veces se representa en forma completa-, ese sería el texto canónico (en el doble sentido del término: por una decisión (que implica una elección) y en el sentido de excelencia, o peso en la historia de la cultura.

II

El fantasma del padre de Hamlet parece perseguir como un destino al texto Hamlet, de cuyo autor William Shakespeare se dice que interpretó a ese personaje. No sólo nos referimos al hecho de cada puesta en escena que tome el texto como material dramático será otro Hamlet, aún cuando pretenda cierta imposible adhesión al “original”. Incluimos para esta consideración a todas las versiones y adaptaciones, aggiornadas o no, que a lo largo de cuatro siglos han acontecido en todo el mundo. Pero además, hay que evaluar que Hamlet no sería lo que es sin los cuatrocientos años de lecturas sobre él. La “bardolatría”, que surgió con fuerza a partir de los románticos alemanes hasta la actualidad, parece ajustarse a la figura del autor, inseparable de toda su obra. Por ejemplo, Harold Bloom colocó a Shakespeare en la cúspide del canon occidental en su texto homónimo (1996); este canon de cánones–que, por otra parte, para él debería coincidir con su propio canon-, se intensifica en otro ensayo (2001) que le dedica íntegramente, donde intenta responder - y así le da comienzo-, al siguiente planteo:
La respuesta a la pregunta “¿Por qué Shakespeare?” tiene que ser “¿Pues quién más hay?” (2001: 23)

Bloom intenta por todos los medios rechazar los planteos de la crítica francesa post-estructuralista, y aunque sin nombrarlo, especialmente de Michel Foucault en sus trabajos sobre la noción “autor” que ya hemos mencionado. Contrario también a todo intento de contextualización de la obra de arte, extiende el “efecto Shakespeare” no sólo a la lengua2 , sino a toda la humanidad –en la que, obviamente, incluye a los autores (2001:33). Detrás de sus hiperbólicas afirmaciones, instaura la idea de que el “personaje Hamlet” adquiere un estatuto propio, aún fuera del alcance del mismo autor.
En la década del sesenta, Jan Kott también señalaba la enorme proyección del personaje, que fue adquiriendo con el transcurso del tiempo una dimensión supra-textual, una suerte de “emancipación” del marco de la obra en la que está inscripto (1969: 75). Advertía sobre las operaciones que los tiempos presentes –con diferentes ritmos y velocidades que las del momento de su emergencia- exigen realizar sobre el texto dramático “original” y sobre el peso de los contextos: “Hamlet no puede ser representado íntegramente, ya que la función duraría seis horas. Hay que seleccionar, hay que abreviar y cortar.” (1969: 75-76)
Las lecturas que aparentan ser más críticas con Hamlet de William Shakespeare, nos pueden dar todavía más argumentos sobre el atractivo que sigue ejerciendo el texto dramático. Para salir de los discursos críticos, examinemos una “lectura literaria”: en el capítulo noveno de la novela Ulises de James Joyce, se produce un encuentro en la biblioteca de Dublin; allí Stephen Dedalus discute -con cierto dejo de envidia- con el bibliotecario y otros estudiantes sobre la falta de un autor irlandés de la talla de Shakespeare, lo que lo lleva a exponer una original teoría sobre Hamlet y su autor. “Se empeña en que Hamlet es una historia de fantasmas”, denuncia uno de los asistentes, para provocar la reacción de Stephen Dedalus3.
La hipótesis sobre la entidad fantasmal del personaje nos lleva al concepto de simulacro en el sentido deleuziano, que a su vez, retoma los desarrollos de Pierre Klossowski sobre la cuestión, afirmando, contra la opinión más extendida, la superioridad del simulacro en la vida y en el arte:
Derrocar al platonismo significa lo siguiente: negar la primacía de un original sobre la copia, de un modelo sobre la imagen, glorificar el reino de los simulacros y de los reflejos. (2002: 115)

lo que tendría su explicación en que el simulacro reafirma la existencia de las cosas (previas) en la medida que vuelve; por ende, para configurar el eterno retorno, se precisa de la “(...) copia de una infinitud de copias que no dejan subsistir ni original ni origen”.(115) De allí, el eterno retorno obtiene su carácter paródico, porque evalúa lo que hace ser (y volver) como simulacro, captando una disparidad en la cosa que tenía el rango de modelo u original. Esta “repetición con diferencia” (intertextual) es lo que define a la parodia literaria, según Hutcheon (1981):
(...) La parodia no es un tropo como la ironía: ella se define comúnmente no tanto como un fenómeno intratextual sino en tanto que modalidad del canon de la intertextualidad. Como las otras formas intertextuales (tales como la alusión, el pastiche, la cita, la imitación y así sucesivamente), la parodia efectúa una superposición de textos. En el nivel de su estructura formal, un texto paródico es la articulación de una síntesis, de una incorporación de un texto parodiado (de segundo plano) en un texto parodiante, de un engarce del viejo en el nuevo. Pero este desdoblamiento paródico no funciona más que para marcar la diferencia: la parodia representa al mismo tiempo la desviación de una norma literaria y la inclusión de esta norma como material interiorizado.

De allí, que podamos leer el texto de Luis Cano, en cuyo título incluye al autor, como una operación paródica: esa vuelta al “original” no hace más que remarcar la diferencia que lleva consigo toda repetición. En esa diferencia se encuentra la propia escritura de Cano, y también nuestro contexto, que no hace sino remarcar su carácter de simulacro. Esta sería una segunda instancia, que no puede dejar de estar precedida de un acto de lectura.

III

La relación de hipertextualidad, para Genette se define del siguiente modo:
Entiendo por ello (hipertextualidad) toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un texto anterior A (al que llamaré hipotexto en el que se injerta de una manera que no es el comentario. (1989

Cuando nos encontramos con un texto como el de Luis Cano, intuimos que desborda las categorías planteadas por Genette, y aún el concepto de intertextualidad formulado por Kristeva (1982). Además, propone una figura nueva en cuanto a la creación del espectáculo, que rebasa la del dramaturgista y que podríamos denominar, si se nos permite el neologismo, “lector-re-escritor”.
No hay mejor ámbito para desarrollar este movimiento de lectura que una biblioteca, por eso proponemos volver a la escena dublinesa del Ulises, donde Dedalus “dramatiza” la representación de Hamlet y su contexto:
-Empieza la representación. Avanza un actor en la sombra, vestido con la cota que dejó un elegante de la corte, un hombre bien plantado con voz de bajo. Es el fantasma, el rey, rey y no rey, y el actor es Shakespeare que ha estudiado Hamlet todos los días de su vida que no fueron vanidad, para representar el papel del fantasma. (317)

Nuestro subrayado intenta dirigir la mirada en otra dirección, hacia un metatexto de Luis Cano titulado Memorias íntimas (2004), donde se “repite” casi exactamente la misma expresión, y donde también “dramatiza” sus discusiones con el director del teatro:
Me acuerdo cuando el director del CTBA escuchaba divertido y deferente cómo pensaba escribir y titular esta pieza. Mientras con una mano en mi hombro, decía: Tierno patán, ¿vas a engañarme para probar con una obra de teatro esa teoría tuya sobre el arte y la copia? Hamlet de William Shakespeare. ¿Cómo se explica que encontré en ese original lo que yo quería escribir? Desde que abrí la primera página y vi a alguien con diecisiete años que leía Hamlet por primera vez, durante los veinte años sucesivos estudié Hamlet todos los días de mi vida que no fueron vanidad. (2004: 16)
Ahora, la relación intertextual se establece sin lugar a dudas, a través del personaje joyceano, sólo que Cano desplaza la cuestión que antes se situaba en un eje que realizaba un movimiento centrífugo, el personaje Hamlet, hacia la fuerza inversa en un movimiento centrípeto: se apropia de la imagen o figura de (Shakespeare)-autor-lector.
Se introduce, entonces, la instancia de la lectura como motor de la escritura, esa “retórica silenciosa” de la que habla Block de Behar (1984), y uno de cuyos ejemplos más formidables nos lo ha proporcionado Jorge Luis Borges, en “Pierre Menard, autor del Quijote”, en cuyo título subyace la misma incongruencia fáctica que en el caso “Shakespeare-Cano”, y es que no se puede ser el autor de un texto ya escrito por otro. Por si fuera poco, se trata de un texto universalmente conocido. (¿O precisamente es necesario que así sea para que se advierta el procedimiento?) Nuevamente, reaparece la cuestión del canon. Si hay imitación o copia, debe serla de lo más conocido o de lo mejor.
Si examinamos las razones textuales del “dislate” que el narrador borgeano intentará justificar, se mencionan entre otras fuentes, un fragmento de Novalis “(...) que esboza el tema de la total identificación con un autor determinado”4 a tal punto que desde la instancia de la lectura, se desprende una escritura mediante un movimiento oscilatorio, tal como lo explicaba el mismo Pierre Menard:
Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología. A los doce o trece años lo leí, tal vez integramente.” (448)

Me interesa destacar que ahora el péndulo recae sobre el papel del lector activo, que “rescribe” la obra, pero no como una copia, sino como una suerte de resonancia pendular, cuyos efectos repercuten en la obra “original”:
He reflexionado que es lícito ver en el Quijote “final” una especie de palimpsesto, en el que deben traslucirse los rastros –tenues pero no indescifrables- de la “previa” escritura de nuestro amigo.” (450)

El palimpsesto, ese manuscrito antiguo en que se aprecian huellas de una escritura anterior que fue borrada para escribir la que aparece más perceptible, desde esta inversión (paródica, a nuestro entender) transformaría, siguiendo este curioso modo de razonamiento, al hipotexto en una literatura de segundo grado, por lo que el hipertexto puede colocar a Shakespeare “después” de Byron:
Escena 2
En el tablado auxiliar el grupo Ofelia – Rosencrantz & Guildenstern – Polonio – reina – rey habla del veneno. Tañe a coro una discusión sumamente instructiva: ¿Shakespeare? Lo conozco de nombre. Es el que escribe parecido a Byron. No creo que conozcas a Byron. No, no es el Hamlet de Shakespeare. Hamlet estaba terminado cuando Shakespeare escribió la última palabra. Aburrido, rancio, desabrido.

Por esta suerte de lógica inversa con respecto a la temporalidad, la posterioridad se inscribe en la anterioridad, invirtiendo el orden de la relación causa-efecto. Esta lógica se inscribe en el orden de la retórica de la lectura, una “historia” silenciosa, pero eficaz. Esta historia no se escribe de atrás hacia delante, como la historia fáctica, sino que el acontecimiento se produce en cada acto de lectura. El salto se produce cuando el lector, a su vez, escribe, como lo explica el narrador del cuento de Borges:
Menard (acaso sin quererlo) ha enriquecido mediante una técnica nueva el arte detenido y rudimentario de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas.” (450)

La insólita hipótesis borgeana invierte el orden de la relación que se establece entre el texto primero u original (el hipotexto, para Gerard Genette (1989)) con los palimpsestos. Es decir, llevándolo a nuestro ejemplo, que el Hamlet “original” (ahora un palimpsesto) contendría en sus trazos, la huella de la reescritura de Cano (que ya no sería un palimpsesto, sino una escritura “original”, producida a partir de la lectura).
Para seguir con la terminología empleada por Genette, deberíamos invertir el orden, dado que en nuestro caso, en el hipotexto encontramos los trazos del hipertexto.

IV

Si la figura del autor ha sido puesta en duda y hasta desintegrada por la mirada de Foucault, la noción de función-autor disemina las huellas de esa entidad que agrupaba una subjetividad, representada en una persona de carne y hueso, o a través de un retrato, con fecha de nacimiento y muerte, que además aparecía garantizada por una firma y una lápida.
La reescritura, entonces, adquiere una función crítica o paródica hacia el hipotexto, o como diría Kristeva, “(...) es una escritura-réplica (función o negación) de otros textos”, los que son asimilados, pero también cuestionados (los hipotextos y sus contextos) desde una mirada actual. Véase, por ejemplo, la crítica hacia la relación directa establecida entre los “trastornos” de la naturaleza y la conducta de los hombres, según la concepción del mundo isabelina, a través de la distancia irónica del presente:
HORACIO
Borrachos van contando las suyas. No borrachos de alcohol; otra cosa. La luna los trastorna y el cansancio. • 25-II-1598, 10-VII-1600 y 24-XII-1601 eclipses solares. Danza macabra de sombras que perdieron sus cuerpos. Pero no un solo fantasma sino varios; generaciones muertas. 11-II y 6-VIII-1598. • Ésta es la hora en que bosteza el cementerio exhalando contagios. El país enferma, estalla en erupciones; la tierra tiene cólicos. El aire endurecido en el vientre pelea por salir. Podemos llamar a los espíritus pero, ¿vendrán? ¿Esperamos que vengan?
O la inclusión de la metateatralidad, ya presente en el hipotexto, conteniendo la posterioridad:
HORACIO
Ésta es la hora– ¿Quién tuviera príncipes como actores, y reyes como espectadores? El Estado, un teatro. Entonces, tendríamos en persona a Richard Burton haciendo de Hamlet o, a Ernesto Bianco, color local; a Shakespeare en la ropa del fantasma. Dispuestos a ser empleados. Quiero decir que esta torre y estos acantilados nos recuerdan, de alguna manera, a Elsinore, ¿verdad? Perdón. Una reducida figura va a representar al Espectro.

Recordando lo que Jacques Derrida planteaba sobre el teatro como el lugar por excelencia de la repetición, y conectándolo con la hipótesis de Deleuze sobre que “el antes, la primera vez, es tan repetición como la segunda o la tercera vez” (2002: 434), podemos concluir que la reescritura de Cano adquiere la entidad completa de una escritura y de un nuevo despliegue de la zona de experimentación teatral que se está llevando a cabo en Buenos Aires. Desde la función de la crítica, al desbordar las categorías existentes, plantean nuevos desafíos para su abordaje, en la medida en que estas textualidades (dramáticas o espectaculares) parecen llevar dentro sí su propia teoría, su misma potencial “legibilidad”.

Bibliografía y ediciones de textos citados

-Auden, W.H. 2004. El mundo de Shakespeare. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.
-Block de Behar, Lisa. 1984. Una retórica del silencio. Funciones del lector y procedimientos de la lectura literaria. México: Siglo XXI
-Bloom, Harold. 1996. El canon occidental. Barcelona: Anagrama.
-Bloom, Harold. 2001. Shakespeare. La invención de lo humano. Buenos Aires: Editorial Norma.
-Borges, Jorge Luis. 1974. “Pierre Menard, autor del Quijote”, en Obras completas. Buenos Aires. Emecé.
-Cano, Luis. 2004. Memorias íntimas. En revista Teatro. La Revista del Complejo Teatral de Buenos Aires. Año XXV, Nº 75 (mayo). Buenos Aires (pp.14-17)
-Cano, Luis. Hamlet de William Shakespeare. (texto digitalizado)
-Deleuze, Gilles, Guattari, Félix. 2002. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos.
-Deleuze, Gilles. 2002. Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amorrortu / editores.
-Foucault, Michel.1985. ¿Qué es un autor? México: Universidad Autónoma de Tlaxcala
-Genette, Gerard. 1989. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Taurus.
-Girard, René. 1995. Shakespeare. Los fuegos de la envidia. Barcelona: Anagrama.
- Hutcheon, Linda. 1981. Ironía, sátira, parodia. En Poetique, Nº 46 (abril 1981) (La traducción es nuestra.)
-Joyce, James. 1979. Ulises. (2 volúmenes). Traducción de José María Valverde. Barcelona: Bruguera Lumen.
-Kott, Jan. 1969. Apuntes sobre Shakespeare. Barcelona: Seix Barral.
-Kristeva, Julia. 1982. Semiótica I. Madrid: Espiral. Editorial Fundamentos.
-Mukarovsky, Jan. 1977. Escritos de estética y semiótica del arte. Barcelona: Gustavo Gilli.
-Shakespeare, Williams. 2003. Hamlet. Traducción de Jaime Clark. Barcelona: Océano.
-Trillo Figueroa, Federico. 1999. El poder político en los dramas de Shakespeare. Madrid: Espasa Calpe.
2 “El primer inglés moderno fue moldeado por Shakespeare: el Oxford English Dictionary está hecho a su imagen” (2001: 31)
3-¿Qué es un fantasma? –dijo Stephen con vibrante energía-. Uno que se ha desvanecido en impalpabilidad a través de la muerte, a través de la ausencia, a través de un cambio de modos. El Londres elisabetiano estaba tan lejos de Stratford como el corrompido París lo está de la virginal Dublín. ¿Quién es el fantasma que viene del limbo patrum, regresando al mundo que le ha olvidado? ¿Quién es el rey Hamlet?” (316)


4 Es decir, no se trata sólo de la operación de re-contextualización, como aclara más adelante: “... uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un bulevar, a Hamlet en la Cannebière o a don Quijote en Wall Street.”(446)

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